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delante de ella y que mi largo y flaco rostro se refleja en sus ojos. Entonces me despierto, lloro amargamente y muevo furiosamente mi almohada. Lo que siento, créamelo usted, no es la mujer, sino la fortuna y la posición que se me han escapado. Y menos mal que no entregué mi corazón: no hay dia que no bendiga mil veces mi frialdad natural. ¡Figürese usted, querido señor, lo miserable que viviria si hubiese tenido la desgracia de enamorarme!

IX

Carta de Atenas

El dia mismo en que iba a entregar a la imprenta el relato del señor Hermann Schultz, mi honorable amigo de Atenas me devolvió el manuscrito con la carta siguiente:

«Muy señor mio:

»La historia del Rey de las montañas.es la invención de un enemigo de la verdad y de la gendarmería. Ninguno de los personajes citados en ella han puesto el pie en el suelo de Grecia. La policia no ha visado ningún pasaporte a nombre de la señora Simons. El comandante del Pireo no ha oido hablar nunca de la Fancy ni del señor John Harris. Los hermanos Philip no recuerdan haber tenido por empleado al señor William Lobster. Ningún agente di-