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Yes, yes; pero es preciso que antes me lo presenten a mí.

—Espere usted.

Corri como un loco a través del baile, choqué con más de diez parejas, mi espada se me enredó entre las piernas, resbalé sobre el entarimado y cai escandalosamente cuan largo era. John Harris fué quien me levantó.

—¿Qué busca usted?—me dijo.

—Están aqui; las he visto; voy a casarme con Mary—Ann; pero antes es preciso que les sea presentado. Es la costumbre inglesa. ¡Ayúdeme usted! ¿En dónde están? ¿No ha visto usted una mujer alta con un ave del paraiso en la cabeza?

—Si; acaba de abandonar el baile con una muchacha muy bonita.

—¡Abandonar el baile! ¡Amigo mío, es la madre de Mary—Ann!

—Cálmese usted, ya la encontraremos. Haré que le presente a usted el ministro plenipotenciario de los Estados Unidos.

—Eso es. Voy a mostrarle a usted a mi tio Edward Sharper. Lo he dejado aqui. ¿Dónde diablos se habrá marchado? ¡No debe de estar lejos!

El tio Edward había desaparecido. Yo arrastré al pobre Harris hasta la plaza de Palacio, frente al Hotel de los Extranjeros. Las habitaciones de la se ñora Simons estaban alumbradas. Algunos minutos después las luces se apagaron. Todo el mundo estaba en la cama.

—Hagamos como ellos—dijo Harris—. El sueño