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¿Creerá usted, caballero, que retrocedió como espantada, en lugar de caer en mis brazos?

La señora Simons levantó tan alto la cabeza, que me pareció que el ave del paraiso volaba al techo.

El viejo señor me cogió de la mano, me llevó aparte, me examinó como un bicho raro, y me dijo:

—Caballero, ¿ha sido usted presentado a estas damas?

—¡Se trata precisamente de eso, admirable señor Sharper! ¡Mi querido tio! ¡Yo soy Hermann! ¡Hermann Schultz! ¡Su compañero de cautividad! ¡Su salvador! ¡Ay! ¡Después que se marcharon, las he pasado buenas! ¡Le contaré todo esto cuando lleguemos a su casa!

Yes, yes respondió—. Pero la costumbre inglesa exige imperiosamente ser presentado a las damas antes de contarles historias.

—¡Pero si ellas me conocen, mi querido señor Sharper! ¡Hemos comido más de diez veces juntos!

¡Les he prestado un servicio por valor de cien mil francos! ¿No lo sabe usted? ¡En el campamento del Rey de las montañas!

— Yes, yes; pero no ha sido usted presentado.

—Pero ¿no sabe usted que me he expuesto cien veces a la muerte por mi querida Mary—Ann?

—Muy bien; pero no ha sido usted presentado.

En fin, caballero, voy a casarme con ella; su madre lo ha permitido. ¿No le han dicho a usted que yo debía contraer matrimonio con ella?

—Pero no antes de ser presentado.

—¡Presénteme, pues, usted mismo!