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Caballero— dijo el oficial cogiendo la moneda, no tengo más que darle las gracias.

Nos saludó sin añadir una palabra, pero sus ojos no prometían nada bueno.

Mi querido Hermann—me dijo Harris—, abandone este país lo antes posible con su futura. Este gendarme me parece un bandido consumado. Por mi parte, yo permaneceré ocho dias para darle tiempo de darme la vuelta de la moneda, y después seguiré la orden que me envía a los mares del Japón.

Siento mucho — le respondí — que su viveza le haya llevado tan lejos. Yo no queria salir de Grecia sin un ejemplar o dos de la Boryana variabilis. Tenia uno incompleto, sin las raíces, y me lo he dejado allá arriba con mi caja de latón.

Deje usted un dibujo de su planta a Lobster o a Giacomo. Ellos harán por usted una peregrinación a la montaña. Pero, ¡por Dios!, apresúrese usted a poner en seguridad su dicha.

Mientras tanto, mi dicha no llegaba al baile; yo me cansaba los ojos examinando a todas las que bailaban.

Hacia las doce de la noche perdi toda esperanza. Sali del gran salón y me coloqué melancólicamente delante de una mesa de whist, donde cuatro jugadores hábiles hacían correr las cartas con una destreza admirable. Comenzaba a interesarme en este juego de destreza, cuando una carcajada argentina me hizo saltar el corazón. Mary—Ann estaba detrás de mi. Yo no la veía y no me atrevia