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¿Es al señor Pericles a quien tengo el honor de hablar?

Al mismo.

Me alegro mucho de haberle encontrado. ¿Seria usted tan amable que me acompañara un instante al salón de juego? Se halla todavia desierto y estaremos solos.

— A sus órdenes, caballero.

El señor Pericles, más pálido que un soldado que sale del hospital, nos siguió sonriendo. Una vez lle gado, se volvió a Harris y le dijo:

— Caballero, vea usted en qué puedo servirle.

Por toda respuesta, Harris le arrancó su cruz con la einta nueva y se la puso en el bolsillo, diciendo:

Esto es, caballero, lo que tenia que decirle.

— Caballero — gritó el capitán retrocediendo un paso.

— — No haga usted ruido, caballero; se lo suplico.

Si tiene usted interés en este juguete, sirvase enviar dos amigos al señor John Harris, comandante de la Fancy, para que lo recojan.

— Caballero — replicó Pericles, no sé con qué derecho me coge usted una cruz cuyo valor es de quince francos, y que me veré obligado a reempla zar a costa mia.

Que no quede por eso, caballero; aqui tiene usted un soberano con la efigie de la reina de Inglaterra: quince francos para la cruz, diez para la cinta. Si quedase algo, le suplicaría que lo bebiese a mi salud.