Página:El rey de las montañas (1919).pdf/263

Esta página no ha sido corregida
259
 

♥ 259 a escribir a mi padre y a ponerme mi hermoso traje colorado.

La carta a mis padres fué una oda, un himno, un canto de felicidad. La embriaguez de mi corazón fluia sobre el papel entre las dos puntas de mi pluma. Invitaba al matrimonio a toda la familia, sin olvidar la buena tía Rosenthaler. Supliqué a mi padre que vendiese lo antes posible su fonda, aunque tuviese que deshacerse de ella a bajo precio. Exigi que Frantz y Juan Nicolás abandonasen el servicio, y conjuré a mis otros hermanos a que cambiasen de oficio. Yo me encargaba de todo; yo les buscaria a todos un porvenir. Sin perder un solo momento sellé la carta y la mandé con un propio al Pireo, a bordo del vapor austriaco que zarpaba el viernes por la mañana, a las seis. «De este modo — me decía—gozarán de mi dicha casi tan pronto como yo.» A las nueve menos cuarto en punto entraba yo en palacio con John Harris. Ni Lobster, ni el señor Mérinay, ni Giacomo habían sido invitados. Mi tricornio tenia un reflejo imperceptiblemente rojizo; pero a la claridad de las bujías este defecto no se notaba. A mi espada le faltaban siete u ocho centimetros, pero ¿qué importaba? El valor no se mide por la longitud de la espada, y, sin vanidad, tenia derecho a pasar por un héroe. El traje rojo me estaba apretado, me molestaba debajo del brazo, y los adornos de las mangas quedaban bastante lejos de mis puños; pero los bordados hacían buen efecto, como habia profetizado papá.

La sala de baile, decorada con cierto gusto y es-