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nay formaba parte de la expedición; pero que se había apeado para examinar una piedra curiosa y no había vuelto a aparecer.

Giacomo Fondi me puso sobre mi montura como si fuese un muñeco. El Rey, ayudado por Dimitri, subió penosamente a la suya. Harris y su sobrino saltaron a caballo; el maltés, Dimitri y el guia nos precedian a pie.

Por el camino me acerqué a Harris, y él me conto cómo la hija del rey habia caido en su poder.

—Figúrese usted—me dijo—que volvia yo de mi crucero, bastante satisfecho, y muy orgulloso de haber hundido una media docena de barcos piratas. Anelo en el Pireo el domingo a las seis; bajo a tierra, y como llevaba ocho dias sin otra sociedad que mi estado mayor, me prometia unos buenos ratos de charla. Paro un coche en el puerto, y lo tomo por toda la noche. Caigo en casa de Cristódulo en medio de una consternación general; no hubiera creido nunca que pudiesen caber tantos sinsabores en casa de un pastelero. Todo el mundo estaba reunido para cenar: Cristódulo, Marula, Dimitri, Giacomo, William, el señor Mérinay y la muchachita de los domingos, más compuesta que nunca. William me contó lo que le habia ocurrido a usted. Excusado decirle los gritos que di. Estaba furioso contra mi mismo por no haberme encontrado alli. El pequeño me asegura que ha hecho todo cuanto ha podid Recorrió toda la ciudad en busca de los quince mil francos; pero sus padres le abrieron un crédito muy reducido; en una palabra, que no ha-