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acabar de una vez y retirarte! ¡Estás tan impaciente por vernos a todos enterrados junto a Basilio, que nos entregas a este maldito milord, que ha echado un conjuro sobre nuestros más bravos camaradas!

Pero no esperes escapar a nuestra venganza. Ya sẻ por qué quieres que se vaya: porque ha pagado su rescate. Pero ¿qué piensas hacer con este dinero?

¿Te lo vas a llevar al otro mundo? Tú estás muy enferino, pobre Hadgi—Stavros. El milord no te ha exceptuado: ¡vas a morir, y con razón! Amigos mios, somos amos de nosotros mismos. No obedeceremos a nadie, haremos lo que nos dé la gana, comeremos de lo mejor, beberemos todo el vino de Egina, quemaremos bosques enteros para asar rebaños enteros, ¡pondremos a saco el reino, tomaremos Atenas y acamparemos en los jardines de palacio! No tendréis más que dejaros conducir; conozco los sitios favorables. Principiemos por echar al viejo al barranco con su querido milord; después os diré lo que tenemos que hacer.

La elocuencia de Colzida estuvo muy cerca de costarnos el pellejo, pues el auditorio aplaudió. Los viejos compañeros de Hadgi—Stavros, diez o doce palikaros fieles que hubieran podido acudir en su ayuda, habían comido las sobras de su mesa, y se retorciau presa de dolores. Pero un orador popular no se eleva al poder sin despertar los celos de otros. Cuando pareció demostrado que Colzida se alzaría con el mando de la partida, Tamburis y algunos otros ambiciosos dieron media vuelta y se colocaron a nuestro lado. Puestos a elegir capitán, preferian el