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rante la acción y llevan la bandera después de la victoria; pero en casos semejantes la fortuna se declara por los sinvergüenzas y los habladores. Colzi da, orgulloso de sus pulmones, lanzaba injurias a paletadas sobre el cuerpo de Hadgi—Stavros, como un sepulturero arroja la tierra sobre el féretro de un muerto.

¡Hola, hombre hábil, general invencible, Rey todopoderoso, mortal invulnerable! ¿No habias robado tú gloria y habíamos tenido buen olfato en fiarnos de ti? ¿Qué hemos ganado en compañia tuya?

¿De qué nos has servido? ¡Nos has dado cincuenta y cuatro miserables francos todos los meses, una paga de mercenario! Nos has alimentado con pan negro y queso rancio, que los perros hubiesen rechazado, mientras tú te formabas una fortuna y enviabas buques cargados de oro a todos los Bancos extranjeros. ¿Qué nos han producido nuestras victorias y toda esa brava sangre que hemos derramado en la montaña? Nada. ¡Todo lo guardabas para ti: hotin, despojos y rescate de los prisioneros! Bien es verdad que nos dejabas los bayonetazos; es el único provecho en que no te has llamado a la parte. Des de hace dos años que estoy contigo he recibido catorce heridas en la espalda, y tú no puedes enseñarnos una sola cicatriz. ¡Y si al menos hubieses sabido conducirnos! ¡Si hubieses elegido buenas ocasiones en que se arriesga poco y se gana mucho! ¡Pero has hecho ue la tropa nos dé una paliza; has sido el verdugo de nuestros compañeros; nos has metido en la boca del lobo! ¡Es que, sin duda, tienes prisa por