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Te va la gloria en ello le dije—. ¡Prueba a estos rabiosos que eres el Rey! No respondas: las palabras son inútiles. Pasemos por encima de ellos.

Tú mismo no sabes el interés que tienes en salvarme. Tu hija ama a John Harris; estoy seguro de ello:

me lo ha confesado.

—¡Espera! — me respondió —. Primero pasaremos; después, hablaremos.

Me colocó suavemente en tierra y corrió con los puños cerrados contra los bandidos.

—¡Estáis locos!—gritó—. El primero que toque al milord tendrá que habérselas conmigo. ¿Qué conjuro es ese que decis que ha echado? Yo he comido con vosotros, ¿y estoy acaso malo? Dejadle salid de aquí; es un hombre honrado; es amigo mio.

De repente su rostro cambió y sus piernas se plegaron bajo el peso del cuerpo. Se sentó a mi lado, se inclinó a mi oido, y me dijo con más dolor que cólera:

—¡Imprudente! ¿Por qué no me advirtió usted que nos había envenenado?

Cogí la mano del rey: estaba fria. Sus facciones se hallaban descompuestas; su rostro de mármol habia tomado un color terroso. Al ver esto, me abandonaron por completo las fuerzas y me sentí morir.

Nada más tenia que esperar en el mundo: ¿no me habia condenado yo mismo, al matar al único hombre que tenia interés en salvarme? Dejé caer la cabeza sobre mi pecho y permanecí inerte junto al anciano livido y helado.

Ya Mustakas y algunos otros tenia las manos