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puede volver a la vida. Locusta practicaba la medicina en sentido inverso. y yo también.

Un tumulto singular interrumpió mis reflexiones, inspiradas por el odio. Los perros ladraron a coro, y sobre la esplanada apareció un mensajero sin aliento, con toda la jauría persiguiéndole de cerca. Era Dimitri, el hijo de Cristódulo. Algunas piedras lanzadas por los bandidos lo libraron de su escolta. De todo lo lejos que pudo, gritó:

¡El Rey! Tengo que hablar con el Rey!

Cuando estuvo a veinte pasos de nosotros, yo le llamé con voz doliente. Se quedó espantado al ver cómo me hallaba, y gritó:

¡Imprudentes! ¡Pobre muchacho!

Amigo Dimitri — le dije — —, ¿de dónde vienes?

¿Será pagado mi rescate?

1 De rescate se trata! No tema usted nada, traigo buenas noticias. ¡Buenas para usted; desdichadas para mí, para él, para ella, para todo el mundo! Es preciso que vea a Hadgi—Stavros. No hay un minuto que perder. Hasta mi vuelta no sufra usted que se le haga ningún daño: ¡ella moriría! ¿Lo entendéisvosotros? No toquéis al señor. Vuestra vida va en ello. El Rey os haria cortar en pedazos. ¡Llevadme ante el Rey!

El mundo está hecho de manera que todo hombre que habla como amo y señor está casi seguro de ser obedecido. Había tanta autoridad en la voz de este criado, y su pasión se expresaba en tono tan imperioso, que mis centinelas, asombrados y confusos, se olvidaron de retenerme junto al fuego. Yo me arras-