Página:El rey de las montañas (1919).pdf/226

Esta página no ha sido corregida
222
 

lo mate por imprudencia! Este hombre no debe morir más que a mis manos. Aspiro a que me reombolse en placer lo que me ha cogido en dinero. Verterá gota a gota la sangre de sus venas como un mal deudor que va pagando poco a poco.

No puede usted imaginarse, caballero, qué garfios siguen sujetando a la vida al hombre más desgraciado. Ciertamente, yo tenía hambre de morir, y lo que podía ocurrirme más favorable era acabar de un solo golpe. Sin embargo, algo se regocijó en mi al escuchar esta amenaza de Hadgi Stavros.

Bendije la prolongación de mi suplicio. Un instinto de esperanza se agitaba en el fondo de mi corazón.

Si un alma caritativa se hubiese ofrecido a saltarme la tapa de los sesos, lo hubiera pensado.

Cuatro bandidos me cogieron por la cabeza y por las piernas, y en medio de mis gritos me llevaron como un paquete a través del gabinete del Rey. Mi voz despertó a Sófocles, tendido sobre su miserable lecho. Llamó a sus compañeros, se hizo referir las noticias y pidió verme de cerca. Era un capricho de enfermo. Me echaron por tierra a su lado.

—Milord—me dijo—, muy abatidos estamos los dos; pero apuesto a que me levantaré antes que usted. Parece que ya están pensando en darme un sucesor. ¡Qué injustos son los hombres! ¡Mi puesto sacado a concurso! Pues bien, quiero concurrir también, y ponerme entre los demás. Usted declarará en mi favor y con sus gemidos hará ver que Sófocles no está muerto. Le atarán a usted por las cuatro extremidades, y yo me encargo de atormentarle con una sola