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Propuso hacerme cocer a fuego lento. El rostro del Rey se iluminó.

El monje asistía a la conferencia y dejaba que hablasen sin dar su parecer. Sin embargo, se apiadó de mi hasta donde lo permitía su sensibilidad, y vino en mi auxilio hasta donde lo permitia su inteligencia.

— Mustakas — dijo es demasiado malo. Se puede muy bien torturar al señor sin quemarle vivo. Si lo alimentaseis con carne salada, sin permitirle beber, duraría mucho tiempo, sufriría mucho, y el Rey satisfaria su venganza sin incurrir en la de Dios.

Es un consejo desinteresado que os doy; nada va a reportarme; pero quisiera que do el mundo quedase contento puesto que el monasterio ha cobrado el diezmo.

—¡Oidme! — interrumpió el cafedgi. Buen viejo, tengo una idea mejor que la tuya. Condeno al señor a morir de hambre. Los demás pueden hacerle todo el daño que gusten; no seré yo quien lo impida.

Pero me pondré de centinela delante de su boca y cuidaré de que no entre ni una gota de agua ni una migaja de pan. Las fatigas redoblarán su hambre, las heridas encenderán su sed, y todo el trabajo de los demás resultará al cabo en provecho mio. ¿Qué dices tú, señor? ¿Está bien pensado y me darás la sucesión de Basilio?

—¡Idos todos al diablo! —dijo el Rey. ¡Razonariais con menos tranquilidad si el infame os hubiese robado ochenta mil francos! Llevadle al campamento y divertios con él. ¡Pero pobre del torpe que