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¡No he firmado!... Si, pero mi sello vale por una firma: tienen numerosas cartas mias. ¿Por qué me pediste ese recibo? ¿Qué esperabas de esas mujeres?

Los quince mil francos de tu rescate... ¡Por todas partes el egoismo! Te hubieses debido franquear conmigo. Y te hubiese soltado de balde, te hubiese pagado encima. Si, como dices, eres pobre, debes saber lo bueno que es el dinero. ¿Te puedes tú solamente imaginar una suma de ochenta mil francos?

¿Sabes qué masa forma esto en una habitación; cuántas piezas de oro representa? ¿Y cuánto dinero puede ganarse en los negocios con ochenta mil francos? ¡Es una fortuna, desgraciado! ¡Me has robado una fortuna! Has despojado a mi hija, la única criatura a quien amo en ei mundo. Para ella es para quien trabajo. Y, si tú conoces mis negocios, debes saber que corro por la montaña durante todo un año para ganar cuarenta mil francos. Me has sustraido dos años de mi vida: ¡es como si hubiese dor mido durante dos años!

¡Al fin había encontrado yo la cuerda sensible!

El viejo palikaro estaba herido en el corazón. Sabia que mi suerte estaba echada, no esperaba perdón, y, sin embargo, experimentaba un placer amargo en trastornar aquella máscara impasible y aquel rostro de piedra. Me gustába seguir en los surcos de su cara el movimiento convulsivo de la pasión, como el náufrago perdido en un mar furibundo admira de lejos la ola que debe tragárselo. Yo era como una caña que piensa, a quien el universo brutal aplasta con su masa, y que se con-