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visto salir de los infiernos. No parecía conmovido y sonreía tranquilamente como un inmortal. Y, sin embargo, caballero, mi puntería no había fallado.

Mi bala le habia herido en la frente, un centímetro por encima de la ceja izquierda: una huella san grienta lo atestiguaba. Pero, bien porque el arma estuviese mal cargada, bien porque la pólvora fu.se de mala calidad, ya más bien por haber resbalado el proyectil sobre el hueso del cráneo, ¡mi pistoletazo no le hizo más que una desolladura!

El monstruo invulnerable me sentó suavemente en tierra, se inclinó hacia mí, me tiró de la oreja y me dijo:

—¿Por qué intenta usted lo imposible, joven?

Ya le había advertido que tenía la cabeza a prueba de balas, y usted sabe que no miento nunca.

¿No le han contado a usted también que Ibrahim me habia mandado fusilar por siete egipcios y que se habia quedado sin mi pellejo? ¡Supongo que no tendrá usted la pretensión de ser más fuerte que siete egipcios! Pero ¿sabe usted que tiene la mano ligera para ser un hombre del Norte? Es usted muy vivo. ¡Caramba! Si mi madre, de quien tan ligeramente ha hablado usted hace un momento, no me hubiese construido con solidez, era hombre perdido.

Cualquier otro en mi lugar hubiese muerto sin decir estaboca es mía. Por mi parte, estas cosas me rejuvenecen. Me acuerdo de mis buenos tiempos. A su edad exponía yo la vida cuatro veces al dia, y eso no me impedía hacer mejor las digestiones. Vamos, no le guardo a usted rencor, le perdono su movi-