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pueda convertirse por un instante en esclavo de un vil palo. Haber nacido en el siglo xix, manejar el vapor y la electricidad, poseer una buena mitad de los secretos de la naturaleza, conocer a fendo cuanto la ciencia ha inventado para el bienestar y la seguridad del hombre, saber cómo se cura la fiebre, cómo se previene la viruela, cómo se deshace la piedra en la vejiga, y no poder defenderse de un palo, ¡es demasiado fuerte! Si hubiese sido soldado y me hubieran sometido a los castigos corporales, hubiese inevitablemente matado a mis jefes.

Cuando me vi sentado en la tierra fangosa, con los pies encadenados por el dolor, con las manos muertas; cuando miré en torno mio a los hombresque me habían golpeado, al que había dado la orden de golpearme y a los que habian visto cómo era golpeado, la cólera, la vergüenza, el sentimiento de la dignidad ultrajada, de la justicia violada, de la inteligencia tratada bárbaramente, un sentimiento de odio, de rebelión y de venganza exaltó mi cuerpo debilitado. Lo olvidé todo: cálculo, interés, prudencia, porvenir; levanté la compuerta a todas las verdades que me ahogaban; un torrente de injurias quemantes subió recto a mis labios, mientras el derrame de la bilis me cubria de espuma amarilla hasta lo blanco de mis ojos. Ciertamente, yo no soy orador, y mis estudios solitarios no me han ejercitado en el manejo de la palabra; pero la indignación, que ha hecho poetas, me presto por un cuarto de hora la elocuencia salvaje de aquellos prisioneros cántabros que entregaban el alma con injurias y