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la corriente; gano la orilla; me sacudo y grito: «¡Hurra por Mary—Ann!» Cuatro bandidos salen de la tierra y me cogen por el cuello, diciendo:

¡Ya estás aquí, asesino! ¡Venid todos! ¡Ya ha caído en nuestras manos! ¡El Rey quedará contento!

¡Basilio será vengado!

Parece que, sin saberlo, había ahogado a mi amigo Basilio.

En aquel tiempo yo no había matado todavia hombres: Basilio era el primero. Después he derribado bastantes defendiéndome, y únicamente para salvar mi vida; pero Basilio es el único que me ha dejado remordimientos, aunque su fin fuese el resultado de una imprudencia bastante inocente.

¡Usted sabe lo que es el primer paso! Ningún asesino descubierto por la policia, y llevado de puesto en puesto hasta el teatro de su crimen, bajó la cabeza más humildemente que yo. No me atrevia a levantar los ojos frente a las buenas personas que me habían detenido; no me sentía con fuerzas para sostener sus miradas acusadoras; presentia, temblando, una prueba temible; estaba seguro de que comparecería delante de mi juez, y que me pondrian en presencia de mi victima. ¿Cómo afrontar las cejas del Rey de las montañas después de lo que había hecho? ¿Cómo ver de nuevo, sin morir de ver— !

güenza, el cuerpo inanimado del infeliz Basilio? Más de una ez se me doblaron las rodillas, y me hubiese quedado por el camino sin los puntapiés que me eseoltaban por detrás.

Arab d sampamento desierto, el gabinete del