Página:El rey de las montañas (1919).pdf/190

Esta página no ha sido corregida
186
 

nojos de hierba, que no podia pedirse más; fingia escoger una brizna de hierba en la masa y la depositaba cuidadosamente en el fondo de mi caja, procurando no sobrecargarme: bastante era el peso que llevaba ya encima. En una carrera de caballos habia yo notado que un admirable jockey había quedado vencido por llevar una sobrecarga de cinco kilos. Mi atención parecia fija en tierra; pero puede usted creerme que no había nada de eso. En tales circunstancias no es uno un botánico, sino un prisionero. Pellisson no se hubiese entretenido con las arañas si hubiese tenido tan sólo un clavo para ase rrar sus barrotes. Acaso encontré aquel dia plantas inéditas que hubiesen constituido la fortuna de un naturalista; pero me preocupaba tanto de ellas como de un alheli amarillo. Estoy seguro de haber pasado junto a un pie admirable de Boryana variabilis; pesaba media libra con las raices. No le concedí ni elhonor de una mirada; yo no veia más que dos cosas:

Atenas en el horizonte y los bandidos a mi lado. Espiaba los ojos de los dos granujas con la esperanza de que una feliz distracción me libertase de su vigilancia; pero lo mismo cuando se encontraban al alcance de mi mano, que cuando estaban a diez pasos de mi persona, ocupados en recoger su ensalada o en mirar el vuelo de los buitres, tenían siempre, por lo menos un ojo fijo en mis movimientos.

Se me ocurrió crearles una ocupación seria. Estábamos en un sendero bastante estrecho que se dirigia evidentemente a Atenas. Divisé a mi izquierda un espeso matorral de retama, que la solicitud de la