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fácil procurarme un arma, y menos cómodo servirme de ella. Una puñalada es una operación quirúrgica que debe poner carne de gallina a un hombre de bien. ¿Qué le parece a usted, caballero? Yo pensaba que mi futura suegra había acaso obrado a la ligera con su yerno en perspectiva. No le costaba mucho enviarme quinee mil francos de rescate, sin perjuicio de descontarlos más tarde de la dote de Mary—Ann. Quince mil francos serian para mi poca cosa el dia del matrimonio: pero eran mucho para mi, dada la situación en que me hallaba, en visperas de estrangular a un hombre y de bajar algunos centenares de metros por una escalera sin escalones. Llegué a maldecir a la señora Simons, tan cordialmente como la mayoria de los yernes maldicen a sus suegras en todos los países civilizados. Y como me quedaban maldiciones de sobra, envié también algunas a mi excelente amigo John Harris, que me abandonaba a mi suerte. Si él hubiese estado en mi sitio y yo en el suyo, me decía yo para mis adentros, no le hubiese dejado ocho largos días sin noticias. ¡Esto podia disculparse en Lobster, que era demasiado joven; en Giacomo, que era una fuerza ininteligente, y en el señor Mérinay, cuyo profundo egoísmo conocía yo! A los egoistas se les perdona fácilmente una traición, porque se ha adquirido el hábito de no contar con ellos. ¡Pero Harris, que había expuesto su vida para salvar una vieja negra de Boston! ¿No valía yo tanto como una negra? En buena justicia, y sin prejuicios aristocráticos, creía valer tanto, por lo menos, como dos o tres.