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montañas. El ahijado y el padrino estaban estrechamente abrazados. Debajo del dibujo, el artista habia escrito la leyenda siguiente:

«¡CÓMO SE BATEN!» «Según parece, me dije a mi mismo, no soy el único iniciado, y el secreto de Pericles se parecerá pronto al secreto de Polichinela..

Doblé los periódicos, y mientras esperaba la vuelta del Rey de las montañas, medité sobre la situación en que la señora Simons me había dejado. Cierto que era glorioso no deber mi libertad más que a mi mismo, y que era preferible salir de la prisión por un rasgo de valor que por una astucia de escolar. En un momento podía pasar a la situación de héroe y convertirme en un objeto de admiración para todas las señoritas de Europa. No cabia duda de que Mary—Ann se pondria a adorarme cuando me viese sano y salvo, después de una evasión peligrosa. Pero podia fallarme el pie en aquel formidable resbalón. Si me rompía un brazo o una pierna, ¿veria Mary—Ann con buenos ojos un héroe cojo o manco? Además, debía tener por seguro que me vigilarian noche y día. Mi plan, por ingenioso que fuera, no podia ejecutarse más que después de la muerte de mi guardián. Matar a un hombre no es asunto cualquiera, aun para un doctor. De palabra esto no es nada, sobre todo hablando a la mujer a quien se ama. Pero después de la marcha de Mary—Ann, yo no tenia ya la cabeza del revés. Me parecía menos