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viajeros que ven un ladrón en un campesino harapiento, una partida armada en cada nube de polvo, y demandan gracia al primer matorral que les detiene por la manga del traje. Esta hoja verídica encomiaba la seguridad de los caminos, celebraba el desinterés de los indigenas, exaltaba la calma y el recogimiento que se estaba seguro de encontrar en todas las montañas del reino.

El Palikaro, inspirado por algunos amigos de Hadgi—Stavros, insertaba una elocuente biografía de su héroe. Contaba que este Teseo de los tiempos modernos, el único hombre de nuestro siglo que jamás haya sido vencido, habia intentado un fuerte reconocimiento en dirección de las rocas escironianas. Traicionado por la flojedad de sus compañeros, se había retirado con pérdidas insignificantes.

Pero, profundamente asqueado de una profesión degenerada, renunciaba al ejercicio del bandidaje, y abandonaba el suelo de Grecia para retirarse a Europa, donde su fortuna, gloriosamente adquirida, le permitiria vivir como un principe. «Y ahora, añadia El Palikaro, ¡id, venid, corred por las llanuras y por las montañas! Banqueros y comerciantes griegos, extranjeros, viandantes, no tenéis nada que temer: el Rey de las montañas ha querido, como Carlos V, abdicar en lo más alto de su gloria y de su poder. » En la Gaceta Oficial se leía:

El domingo 3 del corriente, a las cinco de la tarde, cuando se conducía a Argos la caja militar con una suma de veinte mil francos, pretendió asaltarla