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¿Para qué proporcionarle una inquietud mortal mcstrándole peligros a los cuales no podía sustraerme?

Le escribi, como el primero de cada mes, que me encontraba bien y que deseaba que mi carta hallase a la familia en buena salud. Añadi que viajaba por la montaña, que había descubierto la boryana variabilis y a una joven inglesa más bella y más rica que la princesa Ipsoff, de novelesca memoria. No habia conseguido todavía inspirarle amor por falta de circunstancias favorables; pero pronto, acaso, encontraria la ocasión de prestarle algún gran servicio o de mostrarme ante ella en el traje irresistible de mi tio Rosenthaler. «Sin embargo, añadia con un sen timiento de tristeza invencible, ¡quién sabe si no moriré soltero! Entonces correspondería a Frantz o a Juan Nicolás luchar por la suerte de la familia. De salud estoy mejor que nunca y me siento lleno de fuerzas; pero Grecia es un pais traidor que acaba con los hombres más vigorosos. Si me viese condenado a no ver de nuevo a Alemania y a acabar aqui, por algún accidente imprevisto. crea usted firmemente, querido y excelente padre, que mi última pena seria extinguirme lejes de mi familia, y mi último pensamiento volaria hacia ustedes.» Hadgi—Stavros se presentó en el momento en que me secaba una lågrima, y creo que esta señal de debilidad me perjudicó a sus ojos.

—¡Vamos, joven— me dijo—, tenga valor! Todavía no es tiempo de que se llore usted a si mismo.

¡Qué diablo! ¡Cualquiera diria que acompaña usted a su entierro! La señora inglesa acaba de escribir