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rola compuesta de cinco pétalos oblicuos reunidos en la base por un hilillo estaminal, sus diez estambres, su ovario de cinco celdillas; tenia en mi mano la reina de las malváceas. Pero ¿por qué azar la habia llevado al fondo de mi tumba? ¿Y cómo enviarla desde tan lejos al Jardin de Plantas de Hamburgo?

En este momento un vivo dolor hizo que me fijase en mi brazo derecho. Parecía como si en él hubiese hecho presa un hormiguero de animalitos invisibles. Lo sacudi con la mano izquierda, y poco a poco volvió a su estado normal. Habia sostenido mi cabeza durante muchas horas, y la presión lo habia adormecido. ¡Seguia, pues, vivo, puesto que el dolor es uno de los privilegios de la vida! Pero entonces, ¿qué significaba aquella canción fúnebre que seguia zumbando obstinadamente en mis oídos? Me levanté. Nuestras habitaciones estaban en el mismo estado que la vispera por la noche. La señora Simons y Mary—Ann dormian profundamente. Un grueso ramillete, parecido al mio, estaba colocado en la cima de su tienda. Al fin recordé que los griegos tenían la costumbre de adornar sus habitaciones la noche del 1.º de mayo. Estos ramilletes y la boryana variabilis provenian, pues, de la munificencia del Rey. La canción fúnebre continuaba persiguiéndomė. Subi la escalera que conducia al gabinete de Hadgi—Stavros y divisé un espectáculo más curioso que todo lo que la vispera me habia asombrado. Bajo el abeto del Rey se alzaba un altar. El monje, revestido de ornamentos magníficos, celebraba con una dignidad imponente el oficio divino.