Página:El rey de las montañas (1919).pdf/127

Esta página no ha sido corregida
123
 

todo, no acudió en auxilio mio. Los acontecimientos me habian fatigado excesivamente y estaba sin fuerzas para dormir. Amaneció el día sobre mis meditaciones dolorosas. Segui con mirada långuida la subida del sol en el horizonte. Ruidos confusos sucedieron al silencio de la noche. Me sentía sin valor para mirar la hora en mi reloj y para volver la cabeza y ver lo que pasaba a mi alrededor. Todos mis sentidos estaban embotados por la fatiga y el desaliento.

Creo que si me hubiesen echado a rodar por la montaña abajo, no hubiese tendido las manos para sujetarme. En este anonadamiento de mis facultades, tuve una visión que participaba del sueño y de la alucinación, pues no estaba ni despierto ni dormido, y mis ojos no se hallaban ni abiertos ni cerrados.

Me pareció que me habian enterrado vivo; que mi tienda de fieltro era un catafa leo adornado de flores y que cantaban sobre mi cabeza el oficio de difuntos. El miedo se apode ró de mi; quise gritar; mi voz se detuvo en mi garganta, o fué ahogada por los cantos de los oficiantes. Oía lo bastante claro versiculos y responsos para reconocer que mis funerales se celebraban en grie go. Hice un violento esfuerzo para mover mi brazo derecho, pero era de plomo. Extendi el brazo izquierdo: cedió fácilmente, chocó contra la tienda y derribó algo que se parecia a un ramillete. Me froto los ojos, me siento sobre el suelo, examino estas flores caidas del cielo, y reconozco en la masa un ejemplar soberbio de 1 boryana variabilis. ¡Era ella indudablemente! Tocaba sus hojas lobuladas, su cáliz gamosépalo, su co-