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su tienda, mientras que nuestro espía duerme el sueño de Noé..

No sé si esta comparación biblica le pareció irreverente; pero me respondió con un tono seco que no sabia que tuviese secretos que comunicar conmigo.

Yo insisti, pero ella se mantuvo en sus trece. Le dije que había encontrado el medio de salvarnos todossin aflojar la bolsa, y me lanzó una mirada de desconfianza; consultó a su hija, y acabó por conceder lo que yo le pedia. Hadgi—Stavros favoreció nuestra cita reteniendo al corfiota a su lado. Hizo llevar su alfombra a lo alto de la escalera rústica que conducia a nuestro campamento, colocó sus armas al alcance de su mano, dijo al chiboudgi que se acostase a su derecha y el corfiota a su izquierda, y se despidió deseándonos sueños dorados.

Yo me mantuve prudentemente bajo mi tienda hasta el momento en que tres ronquidos claros me dieron la seguridad de que nuestros guardianes estaban dormidos. El ruido de la fiesta iba extinguiéndose sensiblemente. Dos o tres fusiles retrasados turbaban de cuando en cuando el silencio de la noche. Nuestro vecino el ruiseñor proseguía tranquilamente su canción comenzada. Me deslicé a lo largo de los árboles hasta la tienda de la señora Simons.

La madre y la hija me esperaban sobre la tierra húmeda: las costumbres inglesas me impedían la entrada en su alcoba.

—Hable usted, caballero—me dijo la señora Simons—; pero de prisa. Ya sabe usted la necesidad de descanso que tenemos.