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en mi vida: soy, pues, el bienhechor de la magistratura.» Me mostró, con un ademán magnifico, el cielo, el mar, el pais.

—Todo eso—me dijo—me pertenece. Todo lo que respira en el reino me está sometido por el miedo, la amistad o la admiración. He hecho llorar a muchos ojos, y, sin embargo, no hay una madre que no quisiese tener un hijo como Hadgi—Stavros. Vendrá un dia en que los doctores como usted escriban mi historia, y en que las islas del archipiélago se disputen el honor de haberme visto nacer. Mi retrato estará en las cabañas, con las imágenes sagradas que compran en el monte Athos. En ese tiempo, los nietos de mi hija, aunque sean principes soberanos, hablarán con orgullo de su antecesor, el Rey de las montañas!

Acaso va usted a reírse de mi sencillez germánica; pero un discurso tan extraño me conmovió profundamente. Admiraba, sin poderlo remediar, esta grandeza en el crimen. No habia tenido todavía ocasión de tropezarme con un granuja majestuoso.

Aquei aiapio ae nomore, que aepia cortarme ei nescuezo a fin de mes, inspirábame casi respeto. Su gran rostro de mármol, sereno en medio de la orgia, se me aparecia como la máscara inflexible del destino. No pude menos de responderle:

—«Si; verdaderamente es usted Rey.» Respondió sonriendo:

—Y es verdad, sin duda, puesto que tengo aduladores aun entre mis enemigos. ¡No se asombre usted! Sé leer en los rostros, y esta mañana me ha mi-