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se obtendrá un salvoconducto para los indigenas, un refrendo en el pasaporte de los extranjeros. Me dirá usted que, según los términos de la Constitución, no puede establecerse ningún impuesto sin la aprobación de las Cámaras. ¡Ah, señor, si yo tuviese tiempo! Compraría a todo el Senado, nombraría una Cámara de diputados completamente a mi disposición. La ley pasaria sin obstáculos; se crearía en caso necesario un Ministerio de las carreteras. Esto me costaría dos o tres millones al principio; pero en cuatro años recobraría todos mis gastos..., y además de todo eso conservaría los caminos.» Suspiró solemnemente y prosiguió: «Ya ve usted con qué confianza le refiero a usted mis negocios. Es una vieja costumbre que nunca me abandonará.

Siempre he vivido, no sólo al aire libre, sino a plena luz del sol. Nuestra profesión seria vergonzosa si se ejerciese clandestinamente. Yo no me oculto porque no tengo miedo a nadie. Cuando lea usted en los periódicos que me buscan, piense sin dudarlo, que es una farsa parlamentaria: siempre saben dónde estoy.

No temo ni a los ministros, ni al ejército, ni a los tribunales. Los ministros saben todos que de un gesto puedo cambiar el gabinete. El ejército está por mi; él es el que me proporciona reclutas cuando tengo necesidad de ellos. Le tomo soldados, y le devuelvo oficiales. En cuanto a los señores jueces, ya conocen mis sentimientos con respecto a ellos. No los estimo; pero los compadezco. Pobres y mal pagados, no se les podría pedir que fuesen integros. A unos los mantengo; a otros los visto; he ahorcado a muy pocos EL REY DE LAS MONTAÑAS 8