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fácil su vigilancia. Tenia la orden de vigilarnos noche y día. Quedó convenido que dormiría al lado de mi tienda. Y yo exigi que hubiese entre nosotros una distancia de seis pies ingleses.

Cerrado el trato, me retiré a un rincón para dedicarme a la caza de mis bestezuelas domésticas. Pero apenas la había comenzado, cuando los curiosos reaparecieron en el horizonte, so pretexto de traernos las tiendas. La señora Simons puso el grito en el cielo al ver que su casa se componía de una simple banda de fieltro grosero, plegada por el medio, fija a tierra por los extremos y abierta al viento por los dos lados. El corfiota juraba que quedariamos alojados como principes, salvo caso de lluvia.o de mucho viento. La tropa entera se puso a plantar las estacas, a disponer nuestras camas y traer las mantas.

Cada cama se componía de una alfombra cubierta con una capa de piel de cabra. A las seis el Rey vino a comprobar por sí mismo que no nos faltaba nada.

La señora Simons, más furiosa que nunca, dijo que a ella le faltaba todo. Y yo pedi formalmente la exelusión de todos los visitantes inútiles. El rey estableció un reglamento que no fué nunca cumplido.

Disciplina es una palabra muy dificil de traducir en griego.

El Rey y sus súbditos se retiraron a las siete, y 'se nos sirvió la cena. Cuatro antorchas de madera resinosa alumbraban la mesa. Su luz roja y ahumada coloreaba de un modo extraño el rostro un poco pálido de la señorita Simons. Sus ojos parecian apagarse y encenderse en el fondo de sus órbitas, como