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EL PROBLEMA FEMINISTA

dantes renglones: medias remendadas tres o cuatro veces, hasta haber perdido completamente el pie, botines igualmente trasijados; y entre los alimenticios un cajón de azúcar negro como la arena mojada, que hierve literalmente de moscas. La cantidad de conejos colgados en los puestos sugiere a un compañero ocurrente, esta reflexión: "conejos usados.... en experienciencias científicas"; pues efectivamente, estamos en un barrio de hospitales. El más cercano es el hospicio de Bicétre cuya siniestra clientela proporciona, según se ve de un visitante a la feria. En otro puesto venden llaves viejas, cerraduras falseadas, llamadores rotos, bisagras y alcayatas desparejas. En otros, abanicos del mismo jáez, y esta mercancía sórdida entre todos: pelo postizo, de suciedad sospechosa, descolorido, opaco, sugerente de miseria y de crimen. Hacen macabra compañía, las dentaduras con sus cepillos correspondientes, los aparatos de ortopedia y de otros tratamientos, fatigados hasta la ruina por el uso de personas diversas.

Si me atrevo a insistir sobre estos detalles es para que se aprecie con la debida alarma el inmenso peligro de contagio implícito en la tolerancia de semejante co-