de éstos, tampoco ha variado: si alguna diferencia apreciable existe, es en contra, debido a la perfección científica de nuestras falsificaciones. Todo lo cual no significa en ningún modo cantar "las delicias del tiempo viejo". Por el contrario, para el pobre, todos los tiempos han sido igualmente malos. No hay, en consecuencia, sino un medio de abolir la iniquidad, y es suprimir la miseria. Mientras exista este azote, el mismo progreso resulta una maldición para la mayoría de la humanidad, puesto que multiplicando los medios de mejorar la vida, no sabe tornarlos accesibles a quienes más los necesitan.
¡Abolir la miseria! Los ilusos que esto conciben por medio de las famosas leyes de justicia social, y como obra de gobierno, deberían pasear un momento por esos mercados siniestros que las grandes capitales no se avergüenzan de exponer a pleno sol. Entonces verificarían cómo el cimiento de iniquidad y de miseria en que la sociedad descansa ha permanecido inconmovible, a la manera de una estructura geológica, mientras variaba, feliz y engañoso, el revoque superficial.
La aludida feria de la Avenue d'Italie, o el mercado de comestibles horrorosos que