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LEOPOLDO LUGONES

se negocia con los instrumentos de matar y con la sangre humana que vierten.

El hogar obrero, destruído a su vez por la explotación despiadada, que no reconoce edad ni sexo, aumenta con su desquicio los elementos de la prostitución y del crimen. De ahí salen las moscas azules que propagan por todas partes la podredumbre. Estimularla es agravar y acelerar la sangrienta crisis que, amos y siervos, nos arroja unos contra otros.

Insistamos, pues, en nuestro decente silencio sobre ciertos delitos y ciertas famas lamentables. País joven y sano, pero también llamado a realizar enormes esfuerzos, si ha de ocupar con poderío que soñamos su puesto entre las naciones, irremediable sería el despilfarro de su juventud en la malhadada imitación de tales excesos. La justificación del vicio a título de refinada distinción, fué en todo tiempo un ardid de las aristocracias corrompidas. Tengamos el sano orgullo de nuestra salud democrática. Nada más necio y ridículo que esa pretensión de hacerse a París, frecuentando sus tabernas y sus mujerzuelas. Quienes así proceden, sólo demuestran la clase de París que les corresponde. No es el foco luminoso, gloria y esperanza de la