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EL PROBLEMA FEMINISTA

posas y las mancebas de este banquero, aquel ministro, esotro potentado de la industria o del comercio: los que gobiernan, en una palabra. Cada año, cada día, sus mujeres exigen más lujo para esa áspera competencia material, que al revés de la distinción del alma, en canalla igualando bajo idéntico atavío la infamia y el decoro. La explotación de los hombres que producen la riqueza no puede cesar, ni atenuarse, ni inspirar lástima siquiera, pues cómo ha de vacilar el explotador, entre la satisfacción de la bien amada y los dolores de la anónima cuadrilla que le suda oro en la sombra. Pero el prodigioso aumento de los tesoros a cuya producción sacrifica el hombre lo mejor de su inteligencia, tampoco basta. Entonces es menester emplear los métodos bárbaros del despojo a la fuerza, y la guerra inicia su negocio siniestro. Para saber qué se hace de sus productos no ocurramos a la morada del pobre diablo, soldado heroico ayer, trabajador servil ahora, como anteayer y como mañana. Este, a lo sumo, tendrá laureles, sin contar el glorioso aditamento de un brazo inútil o una pierna rota. Los palacios de los potentados, el lujo de sus mujeres, nos revelarán el secreto. No sino para esto