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EL PROBLEMA FEMINISTA

traídas a la maternidad y al trabajo doméstico, que en toda sociedad bien organizada compensa la actividad exterior del hombre, asegurando la estabilidad de la familia así constituída, por el rendimiento equivalente de uno y otro sexo, afirman su derecho a la vida, siquiera sea defectuosa y antisocial, ejercitando actividades anormales, desde que presuponen una competencia artificial con las masculinas. Este desarrollo unilateral de las energías humanas, es la causa del desequilibrio que nos trastorna. Fuera necio pensar que la mujer, llamada a instruirse, no aplicará al mejoramiento de su vida los resultados de aquella instrucción. Cuando el destino de los sexos se completa en la integración de la familia que imperiosamente tienden a constituir, la mujer aplica esos conocimientos al desarrollo de su actividad normal: quiere instruirse para ser mejor esposa y mejor madre. Alcanzado este objeto, nada más desea; pues el concepto de la felicidad, estriba para cada ser en el desarrollo normal de sus actividades. El hombre procede, necesariamente, del mismo modo. Y así es como la determinación recíproca de los sexos en el desarrollo de sus actividades peculiares, somete toda la vida humana a la ley de amor cuyo impe-