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LEOPOLDO LUGONES

daria y superior, sin reflexión previa, por inercia, por imitación, por deficiente apreciación de lo que es la verdadera cultura. Desde luego, el acceso de nuestras mujeres a la ilustración masculina, coincide con una visible deficiencia de su educación, con un desborde espantoso de lujo y con inclinaciones callejeras cada vez más desarrolladas. Estos son, en todas partes, los prodromos de la esterilidad, las causas esenciales de toda corrupción. Salvo excepciones rarísimas, el hombre sacrificará siempre al lujo que su mujer le pida todo principio moral; de tal manera es imperioso en él el instinto de proteger y agradar a su compañera, la formadora y conservadora del hogar. He dicho ya que toda la ambición masculina de enriquecimiento proviene de ahí, y por ello el supremo orgullo del rico es la exhibición de una mujer lujosa. Del propio modo, el esfuerzo por la gloria, por las posiciones honoríficas, pero sigue como supremo coronamiento, aunque más o menos indirecto y obscuro, la satisfacción de ser algo ante una mujer. Así es ella quien nos civiliza o nos degrada, a costa, sin duda, de un sacrificio como lo es para ella el amor; pero esta es la ley de justicia sobre la tierra: no hay superioridad