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LEOPOLDO LUGONES

jefes que los aprovechan, en cuanto esas necesidades provienen de sus exigencias personales; pero no cuando se trata de satisfacer el lujo que es una exigencia femenil. Para esto quiere el hombre riquezas desmesuradas, y así es como la mujer resulta la responsable de la guerra. El sólo, para él mismo, contentaríase con muy poco. Su civilización sería rudimentaria y sobria. Es la mujer quien le estimula al bienestar y a la belleza, nunca degenerados en pasión exhibicionista, en lujo, cuando ella sabe limitarse al reino de su hogar. Entonces basta al hombre el trabajo. No necesita combatir, o sea volverse por una exageración de su energía, violento e injusto. Cuando la mujer exajera sus exigencias, el trabajo normal que es un encanto solidario, no basta. Sus frutos resultan escasos o tardíos. Y entonces los reemplaza el despojo que exige combates.

Cuando el patrón obstinado y cruel que se niega a aumentar en unos cuantos centavos el salario bien miserable de sus obreros, nos dice que no puede, esta declaración no expresa un impedimento personal. El sabe que sus obreros tienen razón, quizá le conmueve aquel reclamo de la miseria. Pero si cediera, su venta disminui-