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LEOPOLDO LUGONES

taríale inferior y absurda. Por esto, ella misma la prefiere y busca, y se enorgullece de estar colocada así, mientras no la perturba el desorden de próximas catástrofes. Que entonces, cuando en vez de su libertad femenina equivalente a un reino, el reino del hogar, donde tiene como todo soberano el deber, dijéramos constitucional de la residencia; cuando en vez de esto, quiere la libertad del hombre, abdica; y así caída de su majestad natural en una condición ajena, su destino conviértese en esta triple fatalidad: o la mala madre, ese monstruo; o la solterona, esa víctima lamentable; o la cortesana, esa alimaña venenosa.

En esta degradación va implícita la ruina de la patria y el horror de la guerra. Porque el hombre, o sea el defensor de la patria que su compañera forma y renueva, el guerrero, el eterno combatiente, no es sino un bárbaro primitivo cuando le falta su dama. Es ella, la reina de la casa, del "domus" antiguo, la "domina", la "dama" nuestra, quien "domestica", en efecto, y "domina" la fiera siempre despierta en el combatiente, pero también, por la misma razón, quien la instiga a toda ferocidad: la responsable de toda guerra, porque sólo