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LEOPOLDO LUGONES

sobre su igualdad y su derecho. Juvenal lo expuso en sus sátiras, como lo había hecho Aristófanes en sus comedias, y estos documentos adquieren de nuevo la actualidad más completa. La consecuencia fué que las matronas renunciaron a la epónima tradicional maternidad. Y Roma se hundió en la iniquidad, en la sangre; vió rebajarse su espíritu en la retórica: dejó de ser.

El espantoso cataclismo medioeval que tiene su fórmula histórica en los terrores del Año mil, fué, ante todo, una crisis de maternidad. El aborto y el infanticidio disminuyeron la población de Europa hasta acabar con ciudades enteras. El Tíber llegó a convertirse en un inmenso pudridero con los cadáveres de los párvulos arrojados en él. ¿Y qué era? Que la corrupción de Bizancio, con el ejemplo de sus princesas literatas y adobadas por todos los artificios de la perfumería oriental, practicada en un laboratorio inmenso donde la química más sutil se cerraba en un misterio de santuario, por Zoe, la emperatriz, aquella lujuriosa dídima de las crónicas—era que eso, dije, se había propagado por el Occidente con el efecto habitual. Corrupción tan espantosa causó el secular desangramiento de las Cruzadas.