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Y ANTI-MAQUIAVELO.

dice de bueno y loable, y añadiré en conclusion mi parecer sobre algunos puntos que pertenecen naturalmente a la misma materia.

El autor propone los ejemplos de Fernando de Aragon y Bernardo de Milan, para que sirvan de modelo a los príncipes que quieran distinguirse con grandes empresas o heroicos hechos. Maquiavelo se propone deslumbrarnos con ese aspecto maravilloso que tienen de suyo las empresas atrevidas, cuando se ejecutan con rapidez: es cosa grande, lo confieso, pero no es loable sino cuando la conducta del conquistador está basada en principios de equidad y de justicia. Los embajadores Scithas decian al gran Alejandro: «Tú que te jactas de esterminar a los bandidos, eres el bandido mayor del mundo entero, porque has pillado y saqueado a todas las naciones que has vencido. Si eres un Dios, debes procurar la felizidad de los mortales, en vez de robarles lo que poseen; y si no eres mas que un hombre, conócete a ti mismo.»

Fernando de Aragon no se contentaba siempre con hacer simplemente la guerra; sinó que ocultaba sus designios bajo el velo de la relijion, y abusaba con frecuencia de la fé de sus juramentos. La justicia salía a menudo de sus labios, pero ni estaba en su corazon ni se veía en sus acciones; y estas malas cualidades que tanto afearon sus virtudes, son precisamente las que elojia Maquiavelo.

El ejemplo de Bernardo de Milan sirve para hacer ver a los príncipes que deben castigar y premiar de un modo ruidoso y brillante, a fin de que todas sus acciones vayan impresas de cierto carácter grande y terrible. El príncipe adquirirá siempre fama y renombre cuando su liberalidad sea hija de su grandeza de alma y no de su amor propio; pero la bondad sola puede darle mas gloria que todas las demas virtudes. Ciceron decía a Julio Cesar: «La mayor de tus prerogativas consiste en poder salvar la vida de tantos ciudadanos, y nada contribuirá tanto a tu gloria como la voluntad de salvarlos.» El príncípe, pues, debería imponer castigos que no llegasen nunca a la magnitud el delito, y prodigar recompensas que escediesen en valor a los servicios recibidos.

Ahora debo consignar una contradiccion de Maquiavelo. Este doctor en política quiere en este capítulo que los príncipes sean fieles a sus aliados, y en el capítulo XVIII, les permitía formalmente faltar a la fe de sus juramentos; semejante a esos decidores de la buena ventura que leen en un mismo signo la felizidad de unos y la infelizidad de otros.

En cambio de estos errores que acabamos de señalar, Maquiavelo tiene razon cuando aconseja a los príncipes que no se entreguen confiadamente en manos de un protector poderoso que, en vez de prestarles auxilio, podría meditar su ruina. Un gran príncipe de Alemania, tan estimado de amigos como de enemigos, tuvo ocasion de demostrar su prudencia en este respecto. Habiendo invadido sus estados las tropas del rey de Suecia, mientras él estaba ausente con su ejército auxiliando al emperador en el Rhin, sus ministros le aconsejaron que llamase en su socorro al Czar de Rusia; pero el príncipe, mas previsor que sus consejeros, les respondió que los Moscovitas eran como osos encadenados que, si se les quitaban las cadenas, sería después muy difícil volverlos a encadenar. Asi pues, tomó a su cargo el cuidado de vengarse, y no tuvo porque arrepentirse de esta jenerosa resolucion.

Otras reflexiones podria añadir sobre esta materia, que tal vez fueran de utilidad para lo futuro; mas para ello tendría que juzgar la conducta de los príncipes contemporaneos, y en el mundo conviene saber hablar y callar a tiempo.

La cuestion de la neutralidad ha sido tratada con igual suficiencia por parte de Maquiavelo. La esperiencia nos ha hecho ver que el príncipe neutral es-