Página:El príncipe de Maquiavelo (1854).pdf/89

Esta página ha sido corregida
89
Y ANTI-MAQUIAVELO.

querer reunir la virtud y la prudencia con la perversidad y el crimen. Jamás me cansaré de repetir que Cesar Borja con toda su hábil crueldad tuvo un fin desgraciado, y que Marco Aurelio, aquel filósofo coronado, tan probo como virtuoso, no sufrió durante su vida ningún reves de la fortuna.


CAPITULO XX

Si las fortalezas y otros medios que parecen útiles a los príncipes, lo son en realidad.

Príncipes hay que, para mantenerse en sus estados, desarman a sus vasallos; otros fomentan la discordia en las provincias sujetas a su dominio; los ha habido que de intento se procuraron enemigos; algunos trabajan para ganar la voluntad de aquellos que en el principio de su reinado les parecieron sospechosos; éste manda construir fortalezas, y aquel demolerlas. No es facil determinar lo que hay de bueno y de malo en todo esto, sin entrar antes en el exámen de los diferentes estados y circunstancias a que hayan de aplicarse las reglas que se dieren; y así me ceñiré a hablar de un modo jeneral, y segun lo requiere la materia.

Nunca es conveniente que el príncipe nuevo desarme a sus súbditos: por el contrario, debe luego armarlos, si los encontró desarmados. Todas las armas que entonces distribuya se emplearán en favor suyo; las personas que antes le serian sospechosas, se agregarán a su partido, y las fieles y leales lo serán mas.

Imposible es, sin duda, armar a todos los hombres; pero el príncipe que sabe ganar a aquellos a quienes da armas, nada tiene que temer de los que por necesidad quedan inermes; porque le cobran afecto los primeros por está preferencia, y le escusan fácilmente los demas, suponiendo mas mérito en aquellos que se esponen a mayor peligro. Bien al contrario, un príncipe que desarma a sus súbditos, los ofende inclinándoles a creer que desconfía de ellos; y no hay cosa mas eficaz para escitar el aborrecimiento del pueblo. Además esta determinacion pondría al príncipe en la necesidad de recurrir a la milicia mercenaria, cuyos peligros he manifestado ya con bastante estension; y aun cuando no tuviera tantos inconvenientes este recurso, seria siempre insuficiente contra un enemigo grande y con vasallos sospechosos.

Así vemos todos los dias a los nombres que por sí mismos se elevan a la soberanía, armar a sus nuevos súbditos; mas, si se tratara de reunir un estado nuevo a otro antiguo o hereditario, entonces convendría al príncipe desarmar a sus vasallos nuevos, esceptuando siempre a aquellos que antes de la conquista se hubiesen declarado en favor suyo; aunque procure siempre irlos debilitando para que en el estado antiguo se concentre toda la fuerza militar.

Nuestros antepasados, especialmente aquellos que merecieron la reputacion de sabios, decian que era necesario contener a Pistoya por medio de las discordias domésticas, ya Pisa por las fortalezas. Así pues, rara vez se descuidaban en fomentar divisiones en las ciudades, cuyos habitantes eran sospechosos: escelente política atendiendo al estado de fluctuacion en que se hallaan las cosas de Italia, en aquella época, pero inadaptable a la del día, porque una ciudad dividida no pudiera defenderse de un enemigo poderoso y diestro; el cual no dejaria de ganar a una de las dos facciones, y por este medio se haría dueño de la plaza.

Por un efecto de esta misma política los Venecianos favorecían alternativamente