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EL PRINCIPE

pero la verdadera causa de estas revoluciones sucesivas era la forma del gobierno romano. La guardia pretoria llegó a ser en Roma lo que han sido después los Mamelucos en Ejipto, los jenízaros en Turquía y los Strelits en Moscovia. Constantino puso coto a las demasías de aquella soldadesca, y llegó finalmente a suprimirla; pero ya era tarde: el mal ejemplo pasado y las desgracias sucesivas del Imperio espusieron la vida de los subsiguientes emperadores a la accion del puñal y del veneno.

Es, sin embargo, digno de notarse que todos los malos emperadores murieron de muerte violenta; mientras que Teodosio murió tranquilo en su lecho, y Justiniano vivió feliz por espacio de ochenta años. Insisto, pues, en que apenas hay un príncipe malo que haya sido dichoso: el mismo Augusto solo logró vivir tranquilo cuando volvió al camino de la virtud. El tirano Commodo, sucesor del divino Marco Aurelio, fue asesinado a pesar del respeto que infundía la memoria de su padre. Caracalla no pudo librarse de la muerte que él mismo se acarreó con su odiosa crueldad. Alejandro Severo fue muerto por la traicion de aquel Maximino de Tracia que pasa por jigante en la historia; y Maximino fue a su vez inmolado al justo furor de la opinion publica, alarmada por su continua barbarie. Maquiavelo se equivoca cuando dice que este último debió su muerte al desprecio que hacía el pueblo de su oscuro nacimiento. El hombre que se eleva al poder por su valor o sus virtudes es hijo solo de su reputacion; y los pueblos le apreciarán por su conducta, no por la humildad o nobleza de su cuna. Pupiano era hijo de un herrador de aldea; Probo lo fue de un jardinero; Diocleciano de un esclavo; Valentiniano de un cordonero; y todos ellos fueron respetados. Sforza, conquistador de Milan, era un campesino humilde; Cromwell, que avasalló la Inglaterra e hizo temblar a Europa, era hijo de un simple comerciante; el gran Mahoma, fundador del imperio mas grande del Universo, había sido mozo de un mercader; Samon, primer rey de Esclavonia, era un traficante francés; el célebre Piast, cuyo nombre aun conservan los polacos del dia, fue electo rey cuando calzaba tas polainas de labriego, y vivió respetado de todos hasta la edad de cien años. ¡Y cuántos jenerales, cuantos ministros y altos funcionarios han labrado la tierra con la azada. La Europa está llena de estos ejemplos, y de ello debemos felicitarnos, porque nos prueban que el verdadero mérito halla siempre recompensa. Yo no desprecio la sangre ilustre de los Carlos Magnos; al contrario, tengo poderosos motivos para enorgullecerme de tan ilustre descendencia; pero confieso que la virtud y el mérito me cautivan aun mas que los blasones.

No debo dejar pasar otro error que ha padecido Maquiavelo al asegurar que en la época del emperador Sévero, bastaba tolerar la insolencia de las tropas para ponerse al abrigo de las revoluciones. La historia de los emperadores que reinaron antes y después de Severo contradice este aserto; ella nos dice que cuanta mas impunidad hallaban los pretorianos, tanto mas crecían en licencia y desenfreno; si era peligroso reprimirlos, no lo era menos desvanecerlos con lisonjas. Hoy dia las tropas no son temibles en este respecto, porque están divididas en pequeños cuerpos que se vijilan unos a otros, y por la severidad de la ley de ascensos y otras concernientes a la buena disciplina. Los emperadores turcos están aun espuestos a morir con la soga al cuello, porque no han sabido imitar esta sana política; porque el sultan es esclavo de sus jenízaros, como los turcos son esclavos del sultan. En la Europa cristiana, el príncipe debe evitar que se establezcan privilejios odiosos entre las tropas de su mando, porque esto daría orijen a rivalidades funestas.

En vez del emperador Severo, cuyo ejemplo propone Maquiavelo a los que logren elevarse al imperio, yo propondría el de Marco Aurelio. Ciertamente Cesar Borja, Severo y Marco Aurelio formarian un estraño maridaje; seria