Página:El príncipe de Maquiavelo (1854).pdf/83

Esta página ha sido corregida
83
Y ANTI-MAQUIAVELO.

adecuado para dar firmeza al gobierno, manteniendo la tranquilidad pública. De aquí deben tomar leccion los príncipes para reservarse la distribucion de las gracias y los empleos, dejando a los majistrados el cuidado de decretar las penas y en jeneral la disposicion sobre negocios que pueden escitar descontento [1].

Un príncipe, repito, debe manifestar su aprecio a los grandes; pero cuidando al mismo tiempo de no granjearse el aborrecimiento del pueblo. Acaso se me seguirá oponiendo la suerte de muchos emperadores romanos que perdieron el imperio y aun la vida, a pesar de haberse conducido con bastante sabiduría y de haber mostrado valor y habilidad. Por esto me parece conveniente examinar el carácter de algunos de ellos, como Marco Aurelio el filósofo, Cómodo su hijo, Pertinax, Juliano, Severo, Antonino, Caracala su hijo, Macrino, Hiliogábalo, Alejandro y Maximino, para responder a esta objeccion: exámen que me conducirá naturalmente a esponer las causas de su caida, y a comprobar lo que ya llevo dicho en este capítulo sobre la conducta que deben observar los príncipes.

Es necesario tener presente que los emperadores romanos, no solo tenían que reprimir la ambicion de los grandes y la insolencia del pueblo, sinó tambien pelear con la avaricia y la crueldad de los soldados. Muchos de estos príncipes perecieron por haber tocado en este último escollo, tanto mas difícil de evitar, cuanto es imposible satisfacer a un mismo tiempo la codicia de las tropas y no descontentar al pueblo, el cual suspira por la paz, al paso que aquellas desean la guerra; de suerte que los unos quisieran un príncipe pacífico, y los otros un príncpe belicoso, atrevido y cruel; no a la verdad con respecto a la milicia, sinó con relacion al pueblo en jeneral, para lograr paga doble y poder saciar su ansia y su ferozidad. De este modo los emperadores romanos, a quienes no dió la naturaleza un carácter tan odioso o no supieron apropiársela, perecieron casi todos miserablemente por la impotencia en que se veian de tener a raya al pueblo y a las lejiones. Así es que la mayor parte de ellos, y especialmente aquellos cuya fortuna era nueva, desesperados de poder conciliar intereses tan opuestos, tomaban el partido de inclinarse a las tropas, haciendo poco caso de que el pueblo estuviera descontento; partido mas seguro en realidad, porque, en la alternativa de escitar el odio del número mayor o menor, conviene decidirse a favor del mas fuerte. He aqui porque aquellos Césares que, habiéndose alzado a la suprema dignidad por si mismos, necesitaban para mantenerse en ella de mucho favor y estraordinario esfuerzo, se unieron antes a las tropas que al pueblo; y cuando cayeron, fué por no haber sabido conservar el afecto de los soldados. Marco Aurelio el filósofo, Pertinax y Alejandro, príncipes recomendables por su clemencia, por su amor a la justicia y por la sencillez de sus costumbres, perecieron todos menos el primero, que vivió y murió honrado, porque, habiendo adquirido el imperio por herencia, no se lo debía a las tropas ni al pueblo, y junto esto con las demas escelentes prendas suyas, pudo hacerse querer y hallar con facilidad los

medios de contener a todos en los límites de su obligacion. Pero Pertinax, aunque fue nombrado emperador contra su deseo, habiendo intentado sujetar las lejiones a una disciplina severa, y muy diferente de la que observaban en tiempo de Cómodo, su antecesor, pereció pocos meses despues de su elevacion, víctima del aborrecimiento delos soldados, y acaso tambien del desprecio que inspiraba su mucha edad. Es cosa notable que se incurre en el odio de los hombres, tanto por proceder bien como por proceder mal; y así el príncipe que quiere sostenerse, se ve obligado muchas vezes a ser malo, segun ya

  1. Jenofonte decia: «Tratándose de aplicar penas, dejo el príncipe a otros este cuidado; pero el de premios y recompensas, distribuyalos él solo.