Página:El príncipe de Maquiavelo (1854).pdf/80

Esta página ha sido corregida
80
EL PRINCIPE

En primer lugar es falso que el mundo esté compuesto únicamente de malvados; es preciso ser muy misantropo para no conocer que hay por fortuna muchos hombres de bien en la sociedad, y que, tomados en conjunto, los hombres se mantienen distantes del vicio y de la virtud. Verdad es que Maquiavelo necesitaba un mundo de malvados para echar en él los cimientos de su execrable política. Pero, aun suponiendo que existiese esa perversidad total, no por eso sería consecuencia precisa que el príncipe debiera imitarla. De que un malhechor robe, pille y asesine, deduzco que se le debe castigar, no que deba yo arreglar mi conducta por la suya. «Si desapareciesen del mundo el honor y la virtud, decía Carlos el Sabio, [1] los príncipes debieran ser sus depositarios y trasmitirlos a la posteridad.»

Despues de haber probado a su modo la necesidad del crímen, Maquiavelo trata de animar a sus discípulos esplicándoles cuan fácil es ser criminal: esto es lo que se puede juiciosamente colejir de sus palabras cuando dice que el hombre versado en el arte del engaño hallará siempre jentes sencillas que se dejarán engañar. De modo que, porque mi vecino sea un simple y yo un astuto zorro, debo engañarle sin escrúpulo. Silojismos como este han llevado al patíbulo a muchos discípulos de Maquiavelo.

El autor pasa en seguida a demostrar que la felizidad es el fruto de la perfidia. Afortunadamente todos sabemos que César Borja, el heroe predilecto ae Maquiavelo, y el mas pértido y malvado de los príncipes de su siglo, fue muy infeliz. En esta ocasion el autor se guarda bien de nombrarle siquiera; pero necesitaba un ejemplo, y solo en los rejistros de criminales o en la historia de los Nerones del mundo podia haber hallado uno que le cuadrase. Alejandro VI, el hombre mas falso y mas impío de su época, es ahora el modelo que nos presenta el autor, asegurándonos que aquel pontífice no hizo otra cosa en su vida sinó engañar, y que siempre salió bien de sus empresas, porque conocía la credulidad de los hombres.

Si Alejandro VI consiguió llevar a cabo algunos de sus designios, no debe atribuirse a la credulidad de los hombres solamente, sinó a las circunstancias especiales que le favorecieron. El contraste ambicioso entre la España y la Francia, la desunion de las familias de Italia y la debilidad de Luis XII fueron coyunturas favorables a las miras políticas de aquel papa.

Aparte de estas consideraciones, la mala fe es un defecto en política. Cito la autoridad de un gran ministro: don Luis de Haro decia que el cardenal Mazarino tenia un grave defecto como hombre político, porque siempre obraba de mala fe. El mismo Mazarino, queriendo emplear al mariscal de Faber en una negociacion poco escrupulosa, recibió una respuesta que debió desengañarle de las máximas de Maquiavelo. «Monseñor, le dijo el mariscal, permitidme que rechace la mision de engañar al duque de Saboya, que no me «corresponde desempeñar, porque la Europa sabe que soy hombre de bien. Reservad mi honradez para cuando se trate de la salvacion de la Francia.»

No quiero argüir a Maquiavelo con la probidad ni con la virtud: el simple interes de los príncipes condena esa política desleal que consiste en engañar a sus aliados, porque el que una vez engaña pierde para siempre la confianza y la estimacion jeneral. Es muy comun en algunos príncipes del dia declarar en un manifiesto las miras de su política y obrar seguidamente en sentido contrario: semejante conducta jamás podrá granjearles la confianza de los soberanos de Europa; mucho menos cuando sus malas obras siguen de cerca a sus promesas. Cuando el príncipe se vea obligado a separarse de la letra de los tratados, porque reconozca la lijereza con que se adhirió a ellos, o por-

  1. Carlos V, rey de Francia.