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BIOGRAFÍA

y mi escaso patrimonio me lo permiten. Después de haber comido, vuelvo a la posada, donde encuentro al mesonero, al buhonero, un molinero y dos albañiles, con los cuales me encanallo jugando a la cricca y al trictrac, de donde nacen mil disputas y quimeras, acompañadas de palabras injuriosas, cuyo asunto suele ser un ochavo, y por el cual nos oye gritar todo San Casiano. Metido en tal villanía, impido a mi cerebro que se envanezca, y escito la malignidad de la fortuna, satisfecho de que me haya colocado tan abajo para ver si se avergüenza de verme así. Llegada la noche, me vuelvo a mi casa y entro en mi gabinete; a la puerta me despojo de este vestido de paisano lleno de barro o de polvo, y equipado con traje limpio y de etiqueta, me acerco a los círculos de los hombres antiguos. Acojido por ellos con amor, me lleno de este alimento, el único que me conviene y para el que he nacido; no temo conversar con ellos y pedirles razon de sus acciones, y ellos llenos de humanidad me contestan. Durante cuatro horas no siento, olvido todas las penas, me separo de la pobreza, y ni aun me espanta la muerte; me adhiero a ellos completamente, y como Dante dice que no se tendrá ciencia si no se retiene lo que se haya oido, yo he notado que tenía un capital en sus conversaciones, y he compuesto una obra sobre los principados, estendiéndome lo mas que he podido por el profundo conocimiento que he adquirido del asunto. Examino lo que es un principado, en qué consiste, y sus especies; como se adquieren, como se conservan y como se pierden. Si alguna vez os han agradado mis caprichos, este seguramente no os desagradará: debe ser grato a un príncipe, y sobre todo a un príncipe nuevo. Por eso lo he dedicado a la magnificencia de Julian. Felipe Casavecchia ha visto mi tratado, y podrá instruiros detalladamente de lo que es y de las discusiones que con él he tenido y segun las que, como siempre, he hecho algunas correcciones. Vós deseais, magnífico embajador, que yo deje mi vida actual para gozar la vuestra: de buena gana lo haría; mas me retienen, sin embargo, ciertos asuntos que no podré terminar hasta dentro de seis semanas. Lo único que me tiene indeciso es que tendré que hablar a Soderini; y sentiría que, en lugar de volver a mi casa, me hicieran descender a una prision, porque, sin embargo de que el Estado tiene sólidos fundamentos, es nuevo y por consiguiente movedizo, y nunca faltará algun intrigante que, por conseguir un buen escote, me haga pagar a mí. Os ruego me libreis de este temor, y de cualquier manera yo iré a veros en el tiempo dicho. He hablado con Felipe acerca de mi opúsculo (el Príncipe) y le he preguntado si le parecía bien que lo diese a luz o que no lo diese, y en caso de darlo, si convendría mejor que yo lo llevase o que os lo mandase. El dejarlo de publicar me hacía pensar naturalmente que Julian no lo leería, y que Ardinghelli se honraría con este último de mis trabajos. La necesidad es lo que me obliga a darlo, porque me arruino, y no puedo estar así mucho tiempo sin que la pobreza se me haga insoportable. Yo desearía que esos señores Médicis empezasen a emplearme, aun cuando fuera en hacer rodar una piedra; y si no alcanzase su benevolencia, me quejaría de mí mismo. Por esta produccion, si fuera elojiada, se vería que durante quince años que he pasado estudiando el arte de gobernar, no he perdido el tiempo en dormir y divertirme, y todos pagarían por adquirir la esperiencia a costa del prójimo. No deberían dudar de mi fé, porque, habiéndola guardado siempre, mal puedo aprender ahora a romperla. El que ha sido fiel y bueno duran-