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Y ANTI-MAQUIAVELO.
CAPITULO XVIII

Si los príncipes deben ser fieles a sus tratados.

Ciertamente es muy laudable en un príncipe la exactitud y fidelidad en el cumplimiento de sus promesas, y que no eche mano de sutilezas y artificios para eludirle; pero la esperiencia de estos tiempos nos demuestra que entre los mas que se han distinguido por sus hazañas y prósperos sucesos, hay muy pocos que hayan hecho caso de la buena fé, o que escrupulizaran de engañar a otros cuando les tenia cuenta y podian hacerlo impunemente [1].

Sépase, pues, que hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes, y el otro con la fuerza: el primero es propio y peculiar de los hombres, y el segundo comun con las bestias. Cuando las leyes no alcanzan, es indispensable recurrir a la fuerza, y así un príncipe ha de saber emplear estas dos especies de armas, como finalmente nos lo dieron a entender los poetas en la historia alegórica de la educacion de Aquiles y de otros varios príncipes de la antigüedad, finjiendo que le fue encomendada al centauro Quiron; el cual, bajo figura de hombre y de bestia, enseña a los que gobiernan que, segun convenga, deberán valerse del arma de cada una de estas dos clases de animales, porque sería poco durable la utilidad del uso de la una sin el concurso de la otra.

De las propiedades de los animales debe tomar el príncipe las que distinguen de los demas al leon y a la zorra, y valerse de ambas. Esta tiene pocas fuerzas para defenderse del lobo, y aquel cae facilmente en las trampas que se le arman; por lo cual debe aprender el príncipe, del uno a ser astuto para conocer la trampa, y del otro a ser fuerte para espantar al lobo. Los que solamente toman por modelo al leon, y se desdeñan de imitar las propiedades de la zorra, entienden muy mal su oficio [2], en una palabra, el príncipe prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe estar al cumplimiento de sus promesas, sinó mientras no le pare perjuicio, y en tanto que subsisten las circunstancias del tiempo en que se comprometió.

Ya me guardaría yo bien de dar tal precepto a los príncipes, si todos los hombres fuesen buenos; pero, como son malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe el príncipe solo ser exacto y celoso en el cumplimiento de la suya [3]; él siempre encontrará fácilmente modo de disculparse de esta falta de exactitud. Pudiera dar diez pruebas por una para demostrar que en cuantas estipulaciones y tratados se han roto por la mala fe de los príncipes, ha salido siempre mejor librado aquel que ha sabido cubrirse mejor con la piel de la zorra [4]. Todo el arte consiste en representar el papel con pro-

  1. Los romanas pintaban a Jano con dos caras, y le veneraban como al mas prudente de todos los antiguos reyes de Italia por la doblez de sus tratos y palabras, en que consistía toda su prudencia, según Macrobio.
  2. Esta era, según Plutarco, la máxima favorita del célebre Lysandro, que acabo la guerra interminable del Peloponeso, destruyó la democracia en Atenas y se señalo por el número y lustre de sus conquistas. Echábanle en cara que habia alcanzado algunos triunfos por medios ruines y artifciosos; y él respondía riéndose, que «creia haber debido valerse de la astucia de la zorra, cuando no era suficiente la fuerza del leon, y que el fraude y la maña alcanzáran lo que no pudieran los medios razonables y equitativos.» Este mismo Lysandro decia que a los hombres se los entretiene con palabras y juramentos, asi como se divierte a los niños con juguetes y meriñaques (In Lacedem.)
  3. Par pari refertar.
  4. Con efecto, podia Maquiavelo sacar muchos ejemplos de la historia antigua, como el de Archidamo, que inducia a los Griegos a violar sus tratados con Antígono y Cratero, diciéndoles: «que Dios había dado a la oveja un lenguaje solo, y al hombre muchos, distintos unos de otros para que pudiera emplearlos todos en el logro de sus deseos.» Refiriendo Plutarco estas espresiones de Archidamo, añade que por ellas daba a entender que un estado, o el príncipe su representante, pueden quebrantar la palabra dada cuando les tiene mucha cuenta, conviniendo realmente el filósofo griego en que de todos los animales no hay uno cuya voz sea susceptible de tantas modificaciones como la del hombre. (Plut. in Lacedem.)
    Al fin del siglo pasado escribía Mably que de estas máximas de Maquiavelo podían sacarse consecuencias útiles para la humanidad, sobre lo cual véanse en sus Principios de las negociaciones los consejos que da a las potencias de segunda órden.