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EL PRINCIPE

haga poco caso de que le tengan por mezquino y avaro; sobre todo si, mediante la economía, logra que sus rentas alcanzen a cubrir sus gastos, y que sin necesidad de echar nuevas contribuciones, se halla en disposicion de defender sus estados, y aun de intentar empresas útiles.

Cuente entonces con que le tendran por bastante liberal todos aquellos a quienes nada quite, que serán los mas y los mejores, y que al contrario será siempre muy corto el número de los que le acusen de avaro, porque no les dé todo lo que piden. Es notable que en nuestros dias solamente hayamos visto hacer cosas grandes a los que han tenido opinion de avaros, y que se han arruinado todos los demas. Julio II consiguió el pontificado por sus liberalidades; pero luego juzgó muy bien que, para sostener la guerra contra el rey de Francia, le serviría de poco la reputacion de liberal que había adquirido; y así procuró que sus ahorros le pusieran en estado de soportar la guerra sin exigir nuevas contribuciones. El rey que ocupa hoy el trono de España [1], jamás hubiera llevado al cabo sus empresas, si hubiese hecho aprecio de lo que podrían hablar sobre su economía.

Así pues, un príncipe, para no llegar a ser pobre, para poder en caso de invasion defender sus estados y no recargar a sus súbditos con nuevos impuestos, no debe sentir que se le tenga por avaro, supuesto que en este malamente llamado vicio, consisten la estabilidad y la prosperidad de su gobierno. Se dirá acaso que César consiguió el imperio por sus liberalidades, y que otros muchos se han elevado por el ejercicio de la misma calidad; mas a esto respondo que es muy diferente el estado de un príncipe del de un hombre que aspira a serlo. Si César hubiera vivido mas, o perdiera la reputacion de liberal que le abrió el camino del imperio, o se hubiera perdido a sí mismo queriendo conservarla.

Se cuentan, no obstante, algunos príncipes que han hecho proezas con sus ejércitos, distinguiéndose siempre por su liberalidad; pero esto dependia de que sus dádivas no eran gravosas al tesoro público: tales fueron Ciro, Alejandro y el mismo César. El príncipe debe usar con economía de sus bienes y de los de sus súbditos; pero debe ser pródigo de los que tomare al enemigo, si quiere ser amado de sus tropas. No hay virtud que tanto se gaste por si misma, si puede decirse así, como la jenerosidad. El demasiado liberal no lo será largo tiempo, se quedará pobre y será despreciado, a menos que no sacrifique a sus súbditos con continuos tributos y demandas; y entonces se hará odioso. Nada debe temer tanto un príncipe como ser aborrecido y despreciado; y la liberalidad conduce a estos dos escollos. Si fuese necesario escojer entre dos estremos, siempre valdría mas ser poco liberal que serlo demasiado; puesto que lo primero, aun cuando sea poco glorioso, no acarrea menos, como lo segundo, el aborrecimiento y el menosprecio.


Exámen.

Dos grandes escultores de la antigüedad, Fidias y Alcamenes, hicieron cada uno, a competencia, una estatua de Minerva, para que los Atenienses elijiesen la mas hermosa, que debía colocarse sobre una elevada columna en la plaza pública. Concluidas ambas obras y espuestas a la censura del pueblo, fue jeneralmente preferida la de Alcamenes por lo pulido del trabajo, mientras que la de Fidias, labrada toscamente al parecer, obtuvo pocos sufrajios. Pero este último, sin descontentarse por el juicio del vulgo, pidió que se colocasen

  1. Fernando V, el Católico. (N. del T.)