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Y ANTI-MAQUIAVELO.

bradores al mismo tiempo; pero esto es una desventaja, porque cuando salen a campaña, no quedan brazos en el pais para cultivar las tierras, de suerte que, en una guerra dilatada se causarían mas daño a sí mismos que a sus enemigos.

En cuanto a la conducta que deba observar el príncipe en tiempo de guerra, estoy conforme con la opinion de Maquiavelo. Un buen príncipe debe conducir a sus soldados al campo de batalla y sentar sus reales en el centro de su ejército. Así lo exijen su interés, su deber y su gloria; porque, si como majistrado debe juzgar con severidad a sus pueblos, como protector debe defenderlos; y este objeto importantísimo de su ministerio no debe confiarlo a nadie sinó a sí mismo. Es además necesaria su presencia para el buen resultado de las operaciones militares; así podrán sus órdenes ser ejecutadas con rapidez, impidiendo el desacuerdo de los jenerales, que suele ser tan funesto para los ejércitos como perjudicial a los intereses del príncipe; y en fin, habrá mas regularidad en el reparto de municiones, vituallas, equipos y en todo lo concerniente a la administracion militar, sin lo cual un Cesar con cien mil combatientes no podría jamás hacer frente al enemigo. Parece natural que, siendo el príncipe quien declara la guerra, deba tomar a su cargo la direccion de la campaña y comunique a las tropas, con su presencia, la confianza y el valor.

Se me responderá que no todos los príncipes nacen soldados, y que hay muchos que no tienen la capazidad, la esperiencia, ni el valor necesarios para mandar un ejército. Esta objecion es fundada; pero no es insuperable, porque en todo ejército hay jenerales entendidos, cuyos consejos podrá seguir el príncipe. Aun así, la guerra será mejor dirijida que si el jeneral depende de las órdenes de un ministro, incapaz de juzgar desde su bufete de lo que pasa en campaña; lo cual suele ser causa de que los mas hábiles capitanes no puedan aprovecharse de sus talentos.

No quiero concluir este capítulo sin llamar la atención del lector sobre una frase de Maquiavelo, que me ha parecido muy singular. Dice que los venecianos, desconfiando del duque de Carmañola, que mandaba sus tropas, se vieron obligados a quitarlo del mundo. Confieso que no entiendo como se puede quitar del mundo a un hombre, a menos que sea asesinándole o envenenándole. El autor, constante en enseñar el crimen, cree poder convertir en acciones inocentes los hechos mas culpables, con solo suavizar las palabras. Los griegos solían hacer uso de perífrases cuando hablaban de la muerte, porque no podían enunciar tan funesta idea sin estremecerse; y del mismo modo Maquiavelo se vale de mil rodeos cuando quiere preconizar el crimen, porque su corazon, en pugna con su entendimiento, rechaza horrorizado una moral tan execrable. ¡Triste situacion la del hombre que no puede darse a conocer sin avergonzarse, y que se empeña en cerrar sus oidos a la voz de la conciencia.


CAPITULO XIII

De las tropas auxiliares, mistas y nacionales.

Llamanse tropas auxiliares las que un príncipe recibe prestadas de sus aliados para su socorro y defensa. Habiendo esperimentado a pesar suyo el papa Julio II en la empresa de Ferrara el peligro de valerse de milicias mercenarias, recurrió a Fernando, rey de España, quien se obligó por un tratado a enviarle tropas de socorro.

Esta especie de milicia puede ser útil a quien la envia; pero siempre es