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EL PRINCIPE

tada en que se hospedan por breve tiempo, porque ni lo heredan de sus padres, ni lo pueden legar a sus sucesores; y esto hace tambien que ni puedan tener los sentimientos de un rey, padre de familia, que trabaja para sus hijos, ni los de un republicano que todo lo sacrifica por el bien de su patria. Y si alguna vez sucede que el príncipe eclesiastico se inclina a obrar como padre de su pueblo, la muerte viene a sorprenderle antes de que pueda fertilizar el campo, que sus predecesores dejaron cubierto de abrojos.

He aquí porqué se ha murmurado muchas vezes con razon de algunos soberanos eclesiásticos, que han engordado con la sustancia del pueblo a sus queridas, sobrinos y bastardos. Lease la historia de los jefes de la Iglesia, y se verá que, en vez de ejemplos de virtud y de pureza, los hallamos de corrupcion y de vicio.

Los hombres que saben reflexionar, se admiran de que los pueblos hayan sufrido con tanta paciencia la opresion de esta clase de soberanos; que hayan tolerado por tanto tiempo a los jefes de la Iglesia, lo que no tolerarían a un heroe coronado de laureles. Maquiavelo no dejaría de atribuir esta estraña docilidad a la conducta hábil de los pontífices que han sabido ser malos y prudentes a la vez; pero yo creo que lo que ha contribuido mas que nada a mantener a los pueblos subyugados es el sentimiento relijioso. Muchos malos pontífices han sido aborrecidos; pero el carácter de su sagrado ministerio ha sido siempre respetado. Mil vezes hubieran intentado los romanos cambiar de dueño; pero este peleaba con armas santas, que en las guerras del mundo son de mala ley; y por eso no hemos visto en la Roma de los papas las infinitas revoluciones que conmovieron los cimientos de la Roma pagana. ¡Tan cierto es que el tiempo cambia progresivamente la índole de los pueblos!

Maquiavelo espone las causas que contribuyeron a la elevacion de la Santa Sede, atribuyendo muy principalmente la gloria al papa Alejandro VI; a ese pontífice de quien ya he tenido ocasion de hablar, que no conocía mas justicia que su interés, ni supo nunca poner freno a su escesiva crueldad y desmedida ambicion. De tales premisas se deducen naturalmente malísimas consecuencias porque, ¿qué podríamos pensar del gobierno pontificio si fuese cierto que debiera la estabilidad de que hoy goza al hombre mas malo de cuantos han ceñido la tiara?

El autor concluye su capítulo con el panejírico de Leon X, a quien no puedo negar grandes talentos; pero, sí, niego que tuviese virtudes. Bien conocidas son en la historia su mala fe, su impiedad y su conducta relajada. Verdad es que Maquiavelo no alaba sus vicios; pero en jeneral le adula; y ya que quiera prodigar elojios a Leon X, ¿porqué los rehusa a Luis XII, que era el padre de su pueblo?


CAPITULO XII

De las diferentes especies de milicia y de los soldados mercenarios.

Habiendo tratado por menor de varias especies de estados políticos de que me habia propuesto dar noticia, y examinadas las causas de su prosperidad y su decadencia, así como los medios con que muchos los adquirieron y conservaron, me falta ahora hablar de los recursos que ofrecen las diferentes clases de milicia, tanto para la guerra ofensiva como para la defensiva.

Ya he dicho que, si los príncipes quieren que su poder sea durable, lo deben apoyar en cimientos sólidos. Consisten, pues, los principales fundamentos