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EL PRINCIPE

 Cierto es que la mayor parte de las repúblicas conocidas han venido a caer, con el trascurso de los años, en las garras del despotismo; y aun me inclino a creer que esta desgracia inevitable les espera a todas ellas. Porque, ¿como podrá una república combatir siempre con buen éxito las infinitas causas que minan la libertad? ¿Como podrá contener la ambicion de los grandes, destruir las maquinaciones de sus vecinos, o impedir la corrupcion de los ciudadanos, mientras el interes siga siendo el móvil de las acciones humanas? Y ¿podrá siempre salir airosa de las guerras que le muevan las naciones enemigas? ¿Podrá siempre prevenir los acontecimientos imprevistos, que suelen favorecer, en momentos críticos y decisivos, la ambicion de los malos ciudadanos? Una república no saldrá jamás de este dilema: Si al frente de sus ejércitos figuran hombres cobardes o tímidos, no tardará en ser presa del enemigo: si, por el contrario, cuenta con grandes capitanes, valientes y atrevidos, estos mismos, terminada la guerra, serán peligrosísimos para su libertad.

Casi todas las repúblicas se han elevado del abismo de la tiranía a la cumbre de la libertad, y casi todas ellas han perdido su libertad para volver a caer en la esclavitud. Aquellos atenienses que en tiempo de Demóstenes ultrajaban publicamente a Filipo de Macedonia, se vieron obligados a postrarse a los pies de Alejandro; los romanos, que tanto parecían odiar el poder de los reyes, después de la espulsion del último Tarquino, llegaron a sufrir pacientemente la cruel tiranía de sus emperadores; y aquellos mismos ingleses, que llevaron al cadalso a Carlos I, porque había usurpado algunos de sus derechos, doblaron la frente ante el soberbio protectorado de Cromwell. Pero de aquí no se deduce que estas repúblicas se hayan entregado voluntariamente en manos de sus señores: estos ejemplos solo prueban que hubo hombres emprendedores y atrevidos, que supieron aprovecharse de las coyunturas favorables para subyugarlas contra su voluntad.

Del mismo modo que los hombres nacen, viven cierto tiempo, y mueren al fin por enfermedad o vejez, así las republicas se forman, florecen algunos siglos, y mueren finalmente por la audacia de algun ciudadano o por las armas de sus enemigos; porque todo muere en el mundo: los imperios mejor constituidos, las monarquías mas poderosas, tienen limitada su vida. Asimismo las repúblicas conocen que tarde o temprano dejarán de existir; y esto es causa de que desconfíen de las familias opulentas, porque ven en ellas el jérmen de la enfermedad que puede ocasionar su muerte.

Los verdaderos republicanos no cambiarán jamás su libertad por la mejor de las dominaciones: todos ellos dirán que vale mas depender de las leyes que del capricho de un hombre solo.


CAPITULO X

Como deben graduarse las fuerzas de los gobiernos.

Para la completa intelijencia de los diferentes gobiernos de que acabo de hablar, importa examinar tambien si el príncipe está en el caso de defenderse con sus propias fuerzas y sin recurrir a las de sus aliados, cuando fuere acometido por los enemigos esteriores; y para la mayor claridad de este punto, advierto que solamente pueden sostenerse por sí mismos aquellos que se encuentran con la cantidad suficiente de hombres y de dinero para presentar en campaña un ejército, y librar batalla a cualquiera que los acometa. Es, por el contrario, demasiado triste la situacion de un príncipe que se ve reducido a