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EL PRINCIPE

las vezes el partido de oponerle un plebeyo, en quien igualmente espera apoyo y proteccion.

Con mucho trabajo se sostiene en el principado el que asciende a tanta dignidad por favor de los nobles; porque suele hallarse rodeado de hombres, que, creyendo ser todavía iguales suyos, con dificultad se someten a su autoridad; mas aquel a quien el pueblo eleva por su gusto, campea solo, y con dificultad encuentra entre los que andan a su lado quien se atreva a oponerse a su voluntad.

Es además muy fácil contentar al pueblo sin cometer injusticia, y no lo es tanto contentar a los grandes; porque estos quieren ejercer la tiranía, y el pueblo se limita a evitarla. Por otra parte, puede un príncipe sin mucho trabajo contener en los límites de su deber a los nobles que le son contrarios, por ser corto su número; pero ¿cómo podrá estar seguro de la obediencia y de la fidelidad del pueblo, si llega este a separar sus intereses propios de los del príncipe?

No cabe duda en que el príncipe se verá pronto abandonado de un pueblo que no le tuviere afecto, como lo sería tambien, por los grandes contra cuyo gusto gobernara. Unos y otros van conformes en esto; pero debe el príncipe tener entendido que los grandes, sabiendo calcular mejor y sacar mas partido de las circunstancias favorables, al primer reves que esperimente de la fortuna, le volverán la espalda para servir y hacerse gratos al vencedor. Por último, cuente el príncipe con que tiene que vivir siempre con el mismo pueblo, y no con los mismos nobles, a quienes puede a su arbitrio elevar o abatir, colmar de favores o de desgracias. Mas, a fin de ilustrar cuanto sea posible la materia, paso a examinar los dos aspectos bajo que debe el príncipe mirar a los grandes, para conocer si están o no enteramente unidos a su causa. Aquellos que dan pruebas de adhesion y celo hacia el príncipe, deben ser honrados y queridos, siempre que no sean hombres entregados al robo. Entre los que rehusan mostrar demasiado interes por la fortuna del príncipe, habrá algunos que se conduzcan mal por debilidad y cobardía, y otros habrá que lo hagan por cálculo y por miras de ambicion. Procure, pues, el príncipe sacar el partido que pueda de los primeros, especialmente si tienen facultades, porque esto cederá siempre en honra suya durante la prosperidad; y cuando el tiempo fuere adverso, rara vez serían temibles los hombres de semejante caracter: pero desconfie tambien de los otros, como de enemigos suyos declarados, que no se contentaran con abandonarle, si la fortuna le fuese contraria, sino que luego podrían tomar las armas contra él.

Un ciudadano que asciende al principado civil por el favor del pueblo, debe cuidar mucho de conservar su afecto, lo que es facil siempre, como que el pueblo no quiere mas que no ser oprimido; pero aquel que llega a ser príncipe por la ayuda de los grandes y contra el voto del pueblo, debe ante todas cosas procurar ganarse la voluntad de este último, y lo conseguirá protejiéndole contra los que intenten dominarle. Cuando los hombres reciben beneficios de la mano misma de que esperaban agravios, se aficionan a su dueño con mas eficazia; y así el pueblo sometido a un príncipe nuevo, que se declara luego bienhechor suyo, se le aficiona todavía mas que si él propio le hubiera espontaneamente elevado a la soberanía. Infiérese, pues, de estoque el príncipe puede granjearse la benovolencia del pueblo por diversos medios; de los cuales sería inútil hablar aqui circunstanciadamente, en atencion a la dificultad de dar una regla fija y aplicable a las diferentes circunstancias. Solo diré que el príncipe necesita ganarse la voluntad del pueblo, si ha de contar con algun recurso en su adversidad.

Cuando Nabis, príncipe de Esparta, se vió acometido por el ejército victo-