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Y ANTI-MAQUIAVELO

 Solamente es reprensible este duque en cuanto a la eleccion de Julio II para el pontificado. Verdad es, como ya hemos dicho, que no pudo hacer que recayese el nombramiento en la persona que quisiera; pero a lo menos pudo lograr y debió querer que se escluyese a la que no le convenia, pues por ningun título debió consentir la exaltacion de cualquiera de aquellos cardenales a quienes tenia ofendidos, y que, llegando a ser pontífices, todavía podrían temerle, porque los hombres nos ofenden, o por ódio o por miedo. Los cardenales a quienes el duque debía temer por haberles ofendido, eran entre otros el de san Pedro Advíncula, el de de Colonna, san Jorge y Ascanio. Todos los demas que pudieran haber sido electos, tenian motivos tambien para temerle, escepto el cardenal de Amboise, harto poderoso por la proteccion de la Francia y los españoles, que se hallaban unidos a él por relaciones de parentesco y de mutuos servicios.

Debió el duque desde luego haber procurado que se nombrase un español; y habiéndolo conseguido, le era mas conveniente haberse prestado a favorecer el nombramiento del arzobispo de Ruan, que del cardenal de san Pedro Advíncula; pues es un error creer que se olvidan las ofensas antiguas por los beneficios recientes entre las personas de primer órden. No hay duda que en esta eleccion cometió el duque una falta gravísima, que ocasionó despues su propia ruina.


Exámen.

Compárese el príncipe de Fenelon con el de Maquiavelo. En el primero vemos retratado el carácter de un hombre de bien: la bondad, la justicia, la equidad, todas las virtudes, en fin, llevadas a un grado eminente de perfeccion; parécenos entrever una de esas intelijencias puras, destello de la gran sabiduría que preside al gobierno del mundo. En el segundo, por el contrario, vemos la perversidad, la impostura, la perfidia, la traicion y todos los crímenes reunidos; vemos, en fin, un monstruo que el mismo infierno no podría abortar sin trabajo. Y, si bien es cierto que la naturaleza humana se asemeja demasiado a la de los ánjeles en el poema del Telémaco, es tambien evidente que se aproxima mucho a la de los demonios infernales en el libro del Príncipe de Maquiavelo. César Borja, duque de Valentino es el modelo por el cual forma el autor el carácter de su principe; el tipo que recomienda descaradamente como digno de ser imitado por todos aquellos que aspiren a engrandecerse con la ayuda de sus amigos o de sus armas. Creo, pues, necesario que el lector conozca a fondo quien era César Borja, para que pueda formarse una idea exacta del héroe y de su panejirista.

No hay jénero alguno de crimen que no haya cometido César Borja; mandó asesinar a su hermano, rival suyo en gloria y en amores, casi a vista de su propia hermana; dispuso la matanza de los suizos todos del papa, por vengarse de algunos de ellos, que habían hecho ofensa a su madre; despojó a varios cardenales y ricos magnates por satisfacer su sed de oro; usurpó los estados de la Romanía al duque de Urbino, su lejítimo posesor, y dió muerte violenta al feroz Orco, su amigo y complice; tramó en Sinigaglia la muerte de varios príncipes, cuya vida creyó ser un obstáculo al logro de sus fines; mandó arrojar al rio a una dama de Venecia de cuya virtud había abusado. Pero, ¿a qué me canso en enumerar los crímenes que se cometieron por mandato suyo? ¿Acaso es posible contarlos? Tal fue, sin embargo, el hombre que Maquiavelo prefiere a los grandes jenios de su tiempo y aun a los héroes de la antigüedad, y cuya vida y hechos juzga dignos de servir de ejemplo a los hijos predilectos de la fortuna.